Uno de los principales planteamientos que surgen en el momento en que un ciudadano pretende comenzar su incursión como profesional independiente, -más conocido como Freelance-, pasa por la cuestión del salario y el coste de su trabajo.
Queda claro que el planteamiento de clásico de la relación contractual entre empresa y trabajador pasa al olvido en el momento que en una persona accede al mercado como trabajador autónomo. A partir de este momento, la perspectiva económica y de gestión cambia, ya que no sólo se valora lo que se ingresa al mes, sino también los costes y las obligaciones que un profesional autónomo debe de asumir, así como los inherentes aspectos de la administración propia, tanto empresarial como comercial, que restan muchas horas de tiempo útil al desempeño laboral.
A partir de estos aspectos planteados, para saber qué nos espera en el momento convertirnos en freenlances de nuestra profesión, nos encontramos también con otra cuestión que a priori parece fácil de responder: ¿Cuánto he de cobrar por mi trabajo?
Antes de entrar a valorar las premisas que nos ayuden al cálculo, hay que tener en cuenta que un autónomo, en comparación con un trabajador asalariado de una empresa, se encuentra ante la desventaja de no tener retribuido el mes de vacaciones, así como las dos pagas extraordinarias. Unos puntos de diferenciación a los que habría que añadirle dos aspectos más como son las obligaciones del IVA y el IRPF, encontrando, eso sí, como contrapunto a favor, el hecho de que el autónomo puede facturar cantidades variables mayores en función de los trabajos que realice.
No obstante, el desempeño laboral de un autónomo no puede estar por debajo de un umbral que no le permita obtener un beneficio coherente con las obligaciones que tiene que asumir. Este planteamiento no significa que por ser autónomo hay que encarecer los precios, sino que un autónomo debe de empezar a pensar como una empresa y valorar que coste tiene su trabajo, así como tener claro cuáles son sus ingresos y cuáles sus obligaciones, para valorar lo que realmente gana.
Para ello, siempre hay que partir de la premisa de la cantidad de dinero bruto que estimamos ingresar durante todo el año fiscal y a partir de aquí, descontar vacaciones, periodos de escasez laboral, horas de labor comercial, de formación, días de no productividad por enfermedad… que al final, nos darán, siempre como aproximación, un total de horas facturables en las que nos podemos escudar para realizar el cálculo. En fin, una retahíla de condicionantes muy variables, ya que según el ámbito profesional, el servicio solicitado y su desempeño, pues influirá de una manera u otra.
No obstante, pese a la tendencia variable de lo que se puede cobrar o no, conviene tener claras dos premisas:
– Aprender a tarificar según lo que te reportará el proyecto
– Aprender fidelizar clientes
El trabajador autónomo, a la hora de presupuestar un servicio, debe de escapar de la tendencia instaurada del cálculo genérico de X€ la hora. Queda claro que, al final, el objetivo de nuestro cliente es tener un resultado final satisfactorio con un coste asumible, pero no por ello un autónomo tiene que dejar de valorar su trabajo y la dedicación prestada a él.
Según las características del servicio solicitado, el profesional autónomo debe de ajustar bien las tarifas acorde a las circunstancias del mercado, sin obviar nunca las características del cliente (es fiel y buen pagador, o todo lo contrario) y también lo que demanda y a qué precio, porque un autónomo nunca ha de olvidar que él también es empresa y que tiene que velar por sus intereses. Y en ocasiones, hay negocios que interesan y otros que no.
A su vez, nunca hay que olvidar que una de las principales ventajas de un autónomo por encima de una empresa se presenta en el valor añadido de la dedicación mostrada y en el cuidado del trabajo. Por encima del valor de la imagen de una gran marca, el freelance tiene en su mano la opción de sacar partido a su profesionalidad con un trabajo bien hecho y de paso, acompañado de un toque personal y cercano, que a la larga le hará ganarse la confianza y fidelidad del cliente.
No hay que olvidar que más allá de las obligaciones fiscales, las horas trabajadas o la adaptación de los precios al mercado, el principal reto para que la economía de un autónomo funcione es asegurar la entrada de ingresos por la prestación de servicios y su facturación.