Un ejecutivo francés de una multinacional que cuenta con una importante sede en España me contó hace poco esta anécdota sobre la manera de trabajar de los españoles y los alemanes.
Si un español tiene que presentar un proyecto un viernes, el lunes anterior no tiene casi nada hecho, sólo la idea y unos esbozos pero eso sí, tiene una excelente capacidad para encerrarse 4 días durante 24 horas, trabajar noche y día y tener listo el viernes a primera hora un proyecto terminado que a sus ojos y en comparación con lo que tenía el lunes, es un producto complejo y completo.
Todos, como españoles, nos sentimos orgullosos de esta capacidad nuestra de improvisar sostenidos por tazas de café puro y sacar adelante en poco tiempo un trabajo, igual que éramos capaces de preparar en pocos días un examen en los tiempos de estudiante.
Así se lo hice notar a mi interlocutor, señalándole que un alemán habría llegado al mismo resultado en mucho más tiempo, eso sí, sin jornadas maratonianas de última hora.
Su teoría era bien distinta, el alemán llevaría dos semanas trabajando en el proyecto y la última (en la que el español desarrolló casi todo su trabajo), la habría dedicado exclusivamente a detectar y pulir errores, mejorar detalles y en definitiva, acercarse lo más posible a la excelencia.
El viernes el español se sentiría muy satisfecho imbuido de la positiva sensación que deja progresar rápidamente. El alemán, por el contrario, tras los chequeos de los últimos días, sería consciente de los puntos débiles donde todavía podría mejorarse su proyecto y su sensación general no sería tan positiva, sino más templada y mesurada.
Y aquí, el ejecutivo francés, jefe de ambos, se puso serio y me dijo que el desarrollo más cercano a la excelencia es siempre el que ha tenido más tiempo de maduración y ha pasado por un proceso de control y depuración. Aparentemente, el proyecto que entregan ambos el viernes es muy similar y a primera vista el español tiene incluso algún destello de brillo y creatividad que le falta al otro.
Pero al ponerlos en práctica pronto se revela la mayor consistencia del trabajo alemán, libre de muchos errores que el español, una vez lanzado el proyecto, tendrá que ponerse a corregir y pulir sobre la marcha con el consiguiente coste de cara al cliente, a la empresa y a su vida personal y familiar, que se verá afectada por el mayor nivel de estrés y sacrificio que supone trabajar largas horas a contrarreloj y con una deficiente gestión del tiempo.
Salvando las generalizaciones de una historia así, es cierto que hemos de reconocer que la excelencia tiene mucho más de planificación y método que de improvisación y que es tiempo de cambiar nuestra forma de trabajar y afrontar la vida profesional así como la imagen que damos en el exterior.
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