En medio de un complicado contexto económico en el que día tras día se habla de la importancia de apoyar a autónomos y emprendedores para conseguir reactivar nuestra economía y generar empleo, muchos de nosotros fallamos en lo básico. Algo tan sencillo como realizar nuestras compras en el pequeño comercio es, para muchos de nosotros, una asignatura pendiente.
De nada sirve la aprobación de una Ley de Emprendedores, la creación de ayudas al emprendimiento o los incentivos fiscales a pequeñas empresas si luego esos pequeños negocios no van a poder consolidarse en el tiempo ni ser viables económicamente. Y me refiero al pequeño comercio en particular, pero también a cualquier tipo de negocio destinado a la venta de productos y servicios a pequeña escala.
Porque, además de todo el ruido generado en torno a startups tecnológicas, ideas de negocio ciertamente innovadoras y demás fórmulas empresariales tan en boga en el mapa del emprendimiento actual, lo cierto es que gran parte de nuestra economía se sustenta gracias a la acción de negocios tradicionales y comercios locales, que siguen creando empleo y generando riqueza.
Si bien es cierto que el precio es un factor determinante (y más en los tiempos que corren) en la decisión de compra, es conveniente tener en cuenta otros factores que producen valor añadido y ser conscientes de los mitos y realidades que circulan en torno a los pequeños comercios y las grandes superficies.
Obviamente, un supermercado de barrio no puede competir en igualdad de condiciones frente a unos grandes almacenes y ofrecer (y publicitar) grandes descuentos en determinados productos, ya que su lógica comercial es completamente distinta, pero pueden aplicar diferentes estrategias para ser mucho más competitivos.
Además, comprar en un pequeño comercio ofrece, en muchos casos, una serie de ventajas impensables en unas grandes superficies, desde comodidad y cercanía, a un trato mucho más personalizado o la garantía de cierta “exclusividad” y “originalidad” en algunos sectores. Además de estar contribuyendo a la prosperidad económica de nuestro entorno próximo.
Por otro lado, si hace ya unos meses que las grandes empresas se subieron al carro del “Made in Spain” como reclamo publicitario apelando a un alto contenido emocional a la hora de comercializar sus productos, ahora nos toca a nostros, como autónomos y emprendedores, pero también como ciudadanos y consumidores, reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo y sobre nuestra responsabilidad a la hora de contribuir a la generación de riqueza.
Y no se trata de entrar en un debate sobre el proteccionismo, pero si una cosa es cierta, es que el consumo responsable de productos cultivados y producidos en España puede contribuir enormemente a mantener puestos de trabajo, reactivar el consumo y revalorizar la producción nacional. Para ello es indispensable, en primer lugar, el apoyo de las administraciones y el desarrollo de políticas que contribuyan paliar las desigualdades entre grandes y pequeños y a incentivar el consumo de producto nacional.
Pero es el compromiso de los consumidores el verdadero activo para revalorizar el “made in Spain”. Porque una acción tan pequeña como comprobar el código de barras de los productos que vayamos a adquirir y cercionarnos de que comienza por 84 (el código que indica que ese producto ha sido producido en España), puede tener grandes consecuencias y generar ingresos destinados a nuestro tejido productivo que, a su vez, generarán impuestos y sueldos que permanecerán en España.