Para ser emprendedor hace falta valentía, organización, inconformismo, seguridad, autoconfianza y otras muchas habilidades. Aun así, tranquilos, que no hay que nacer superhéroe para hacer realidad nuestros proyectos.
Como casi todo en la vida, el emprendimiento también se aprende. A veces, de manera forzosa por una situación profesional que no podemos tolerar durante más tiempo. En otras ocasiones, a base de ponerle ganas y levantarse de cada tropiezo.
Pero ¿se puede enseñar a emprender a los más pequeños? Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte y los colegios ya apuestan por fomentar esta cualidad. De hecho, la LOMCE permite la introducción de asignaturas que favorezcan el emprendimiento en cualquier comunidad autónoma. Algunas de ellas, como Castilla-La Mancha o la Comunitat Valenciana, ya las incluyen en sus programas educativos para secundaria.
¿Cómo se enseña a emprender?
Lo primero que hay que aclarar es qué se entiende por “emprender”. Al contrario de lo que muchos piensan, cuando hablamos de este término no nos referimos únicamente a la capacidad para poner en marcha un negocio. Mas bien, se trata de la cualidad que nos permite tomar decisiones difíciles y sobreponernos al camino marcado.
Es decir, el emprendimiento, aunque es clave para los negocios, trasciende lo puramente profesional y nos puede ayudar también en otros aspectos de la vida.
Está claro que montar una empresa no siempre es la mejor ruta para todo el mundo. Sin embargo, aprender a emprender en el más amplio sentido de la palabra sí resulta beneficioso para cualquier estudiante. Pensemos, por ejemplo, en lo útil que les será la capacidad de decisión cuando deban elegir el rumbo de sus vidas al acabar el instituto.
El liderazgo, la autonomía personal, la proactividad o la autoconfianza son algunos de los valores que deben explotarse desde la infancia. También, la facilidad para hablar en público, que hoy en día continúa siendo una de las asignaturas pendientes. En el debate sobre cómo enseñar a ser emprendedores se estudian varias alternativas. Por un lado, crear una asignatura específica, como plantea la Comunitat Valenciana. Por otro lado, una educación transversal. Es decir, fomentar estas habilidad en todas las materias, impartiéndolas de un modo diferente: mayor participación de los alumnos en la toma de decisiones, exposiciones públicas, trabajos más abierto, etc. En cualquier caso, lo que parece caso es que el emprendimiento entrará de lleno en todas las aulas españolas próximamente.
El reto de los profesores
La enseñanza de esta materia plantea un importante desafío para los profesores. Hay que tener en cuenta que algunos se ven obligados a fomentar una cualidad que ellos mismos no poseen. Por esta razón, el primer paso para implantar un modelo educativo más emprendedor es la formación de los docentes. No se trata de convertirlos en empresarios. Lo importante es que asimilen esos valores que mencionaba antes, sean capaces de transmitirlos a sus alumnos y, por qué no, de ponerlos en práctica en su propia profesión. Sí, los trabajadores por cuenta ajena también pueden (y deben) emprender en su ámbito laboral.
Pequeños empresarios
Evidentemente, formar a los niños en esta área no significa ponerlos a jugar con dinero. Sin embargo, cada vez conocemos más historias curiosas de jovencísimos empresarios que han triunfado con sus ideas y han logrado grandes resultados económicos. Con solo 10 años, Adora Svitak ya había escrito su primera novela; con 14, Robert Nay creó Bubble Ball, un juego para iPhone y iPad que desbancó incluso a Angry Birds; a los 17, Pau García Milá fundó su primera empresa y así un largo etcétera.
Los más pequeños de la casa derrochan imaginación y tienden a simplificar el mundo, por lo que detectan fácilmente cuáles son sus carencias. Sin duda, dos virtudes de las que los adultos emprendedores deberíamos tomar nota.