A lo largo de mi larga carrera profesional, he tenido la oportunidad de trabajar en muy diversas compañías y, por tanto, con muy diversos perfiles de personas. Y entre ese numeroso grupo de personas con las que he trabajado, merecen ser destacados alguno de los jefes que he tenido. Como han sido muchos y responden a diferentes perfiles psiquiátricos, me da la oportunidad de establecer varios capítulos. De otra forma, mencionarlos a todos juntos, de golpe, podría ser entendido por algunos como ensañamiento por mi parte y claro deseo de provocar dolor en los lectores. Todo lo contrario.
Así que, empezaré por aquel que responde al denominado síndrome MIA o trastorno por Mediocridad Inoperante Activa. Dicho así, lo primero que le viene a uno a la cabeza, es que se trata de una chanza, de una simple burla, pero no; el síndrome existe y ha sido definido por un prestigioso psiquiatra español, el Dr. Luís de Rivera.
Cuando lo leí por primera vez, me sorprendió la fidelidad con la que se describía a los trastornados que lo sufrían aunque, sin duda, los que más lo sufríamos éramos quienes estábamos al lado o debajo del sujeto.
Pero en qué consiste y cómo se detecta el síndrome MIA
La mediocridad es la incapacidad de apreciar, aspirar y admirar la excelencia. Por tanto, el enfermo de este mal será un individuo que luche por oscurecer, defenestrar o eliminar, en diversos grados, a todo aquel que pudiera destacar en la empresa, dependiendo del grado de infección que tuviera. Existen, como digo, diversos grados. A saber:
GRADO 1.
El primer grado es el simple. Ni le importa la mediocridad, ni la entiende y es feliz con la satisfacción de sus necesidades básicas. Algo parecido al eslabón perdido o al personaje Simplicísimus.
GRADO 2.
Corresponde al perfil del fatuo, que quiere ser excelente aunque no entiende en qué puede eso consistir, por lo que sólo puede imitar, copiar o fingir. No es dañino aunque, si tiene un puesto importante, puede agobiar a los demás con exigencias burocráticas que sólo pretenden dar la impresión de que está haciendo algo importante.
El verdaderamente peligroso es el mediocre inoperante activo, ser maligno incapaz de crear nada valioso, pero que detesta e intenta destruir a todo aquél que muestre algún rasgo de excelencia. En este grado 2, es en el que encaja a la perfección el tipo en cuestión. Pondré varios ejemplos para que se entienda.
Ejemplo Práctico 1: A pesar de ser un socio minoritario en la empresa (25%), las únicas decisiones que se atrevía a tomar eran de tipo administrativo. Es decir, ahora que esta función la está haciendo Fulanito, pues Fulanito deja de hacerlo para que lo haga Menganito. Y lo que estaba haciendo Menganito, que a partir de ahora, lo haga Zutanito. Una especie de juego de la silla, pero con la administración de una empresa. De vez en cuando solía dar órdenes de cumplimiento inmediato, calificando sus instrucciones como de estratégicas para la empresa.
Ejemplo Práctico 2: Aunque, sin duda alguna, lo más llamativo fue comprobar cómo en su infatigable afán por sabotear algunas operaciones, que tenían como único fin servir a la empresa, a sus intereses – y, por tanto, a su propio bolsillo- simplemente porque dichas operaciones no las había gestionado él.
En cierta ocasión, ya tenía aprobada una operación con un cliente y la persona que iba a ser contratada para el proyecto ya había llegado a un acuerdo. Sólo quedaba el acto formal de la firma del contrato del profesional y su incorporación al proyecto del cliente.
En ese momento, el talentoso socio de la empresa, da orden de paralizar el proceso, porque ha decidido que va a presentar ese perfil a otro cliente. Cuando informé que la operación con mi cliente – un cliente nuevo para la empresa que había conseguido con mis gestiones – estaba cerrada y que teníamos que firmar el contrato, el genio decidió paralizarlo todo en tanto en cuanto obtenía una respuesta a su propuesta.
La respuesta del otro cliente se demoró, mi cliente me pedía explicaciones y, como puntilla, el espabilado de RR.HH. llama al futuro trabajador para mantener una entrevista y, de pronto, cuando lo que tenía que haber sucedido era que la persona hubiera firmado el contrato de trabajo, se va de la empresa y el de RR.HH sentencia que no tiene el perfil para trabajar en la misma. Evidentemente se montó el escándalo.
Como bien indica el Dr. De Rivera en su artículo, lo peor que puede pasar en una empresa es que un individuo con un trastorno de esta índole pueda llegar a desempeñar puestos de responsabilidad. Ni te cuento si además, es el dueño. Lamentablemente, doy fe que el mencionado doctor, sabía de qué estaba hablando. Lo he sufrido en mis propias carnes.
“¡Cuidaos de los Idus de Marzo!”, le dijeron a César. Y yo añado “y con los del síndrome MIA”.
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